El testimonio de un campesino de El Salado exiliado en España y que le apuesta a la paz
"A la paz es a lo que le apuesto, a eso le he apostado siempre", afirma Luis Torres en El Carmen de Bolívar.
Luis Torres tiene 69 años y una vida de lucha por su tierra y contra el desplazamiento que lo llevó a exiliarse en España durante un lustro para escapar de las amenazas de paramilitares, un periodo tenebroso que espera sea ya cosa del pasado.
"A la paz es a lo que le apuesto, a eso le he apostado siempre", afirma a Efe en El Carmen de Bolívar al comentar el proceso de paz con la guerrilla de las FARC.
Sus desventuras comenzaron en 1998 cuando tuvo que partir de El Salado, que hace parte de El Carmen, porque paramilitares que llegaron a la zona lo acusaron al igual que a otros campesinos de ayudar a la guerrilla.
Regresó por primera vez en noviembre de 2002, dos años largos después de la matanza de El Salado, que dejó más de 60 muertos, de los cuales 38 fueron asesinados en la plaza, recuerda don Luis, como le llaman en un centro de investigación agrícola donde desarrolla parte de su trabajo.
"Fueron muchos familiares y amigos" los que murieron, dice sobre esa masacre perpetrada entre el 16 y el 19 de febrero del año 2000 por hombres del jefe paramilitar Rodrigo Tovar Pupo, alias "Jorge 40".
El retorno lo hizo con otros 100 desplazados, 92 hombres y 8 mujeres, por su propia cuenta, pero en 2005 tuvo que irse de nuevo porque volvieron a sindicarlo de ser un colaborador de las FARC.
"Yo no soy un desplazado, soy un 'requete-desplazado'" dice para explicar que tuvo que "salir corriendo" para escapar de la persecución.
Fue entonces cuando recibió la colaboración de varias ONG colombianas y europeas que le ayudaron a establecerse en España, donde siguió como un errante por varias ciudades.
"Primero estuve en Gijón y en Avilés (Asturias), luego viví un año en Madrid y tres en Alicante (Valencia). Estuve hasta en Ginebra (Suiza) y Amsterdam", dando conferencias sobre el conflicto armado colombiano, recuerda.
Esa época lejos de su tierra le dejó "buenos recuerdos y muy buenas amistades porque me acogieron muy bien", relata. Sin embargo, en la Navidad del año 2010 regresó a Colombia, primero a Cartagena, y "el 1 de enero de 2011 estaba otra vez aquí", añade.
"Lo único que tengo que decir con relación a este conflicto y a la historia de El Salado es que fue el primer pueblo que en medio del conflicto y de su máxima expansión se atrevió a retornar por su cuenta y riesgo, y a restablecerse desafiando a todos y cada uno de los grupos", afirma.
Según explica, de las 16 veredas (caseríos rurales) que hacían parte del corregimiento de El Salado, 11 desaparecieron por el terror impuesto por los grupos armados ilegales y hoy solo 5 están pobladas por unas 330 familias.
"Le dijimos a estos grupos que nosotros éramos autónomos y propietarios de ese territorio, que nadie más podría intervenir allí y que no queríamos ni a paramilitares, ni a guerrilleros, incluso ni a las fuerzas legítimas del Estado porque queríamos desarrollarnos nosotros como pueblo y como nativos, que respetaran nuestras decisiones", sostiene con vehemencia sobre su primer regreso.
Ese objetivo, afirma, lo consiguieron solo en parte porque él y otros líderes campesinos de la zona fueron luego perseguidos mediante "sindicaciones extrajudiciales" que lo llevaron incluso a la cárcel en Cartagena "por haber hecho el retorno de El Salado en 2002, por haberme atrevido a llevar la gente a su lugar de origen".
Don Luis fundó la Asociación de Desplazados del Salado Bolívar (Asodesbol) y desde 2011 no ha vuelto a irse, salvo a viajes relacionados con su actividad como líder comunitario y más recientemente con la Fundación Semana, que ayuda a la reconstrucción de ese territorio.
Como parte de su trabajo, visita el centro que la Corporación Colombiana de Investigación Agropecuaria (Corpoica) tiene en El Carmen de Bolívar para el desarrollo de la agricultura de la región, donde muestra a los visitantes las distintas variedades que se prueban en esas tierras.
"El Salado fue uno de los pueblos más lesionados por el conflicto, un pueblo fantasma porque con la violencia se pierde la cultura, se pierde la tradición, se pierden las viviendas", concluye mientras examina una plantación experimental de tabaco, que fue uno de los principales productos de la zona.
EFE - Jaime Ortega Carrascal